Para un técnico en explosivos, el primer error es el último

Cuenca. Que todos aprendemos de los errores es una gran verdad, ya que la vida da segundas oportunidades a todos… o a casi todos. Para Favián Rodríguez, experto en explosivos del Grupo de Intervención y Rescate (GIR), su primer error podría ser el último. Él no tiene margen para la equivocación, ya que de su acierto no solo depende su vida sino la de terceros.
Convertirse en un experto en explosivos no es la primera opción para muchos, por el contrario, son pocos los que deciden optar por esta especialización, ya que el riesgo y la presión que implica, exige una preparación constante y temple de acero, así lo asegura Rodríguez, para quien esta vocación le llegó en la infancia.
“Creo que fue la curiosidad lo que me llevó a este trabajo, desde pequeño me gustaron los petardos y juegos pirotécnicos, pero en el colegio un compañero perdió sus dedos cuando uno de estos artefactos le explotó en la mano. Sin duda fue una impresión muy fuerte. En ese momento decidí que conocería más sobre los explosivos para evitar estos accidentes”, comentó Rodríguez.
El uniformado tiene 30 años y lleva 10 como policía. Ostenta el rango de cabo primero, desde el 2008 forma parte del GIR y un año más tarde se convirtió en técnico en explosivos, una especialidad que no es del total agrado de su familia, pero lo apoyan incondicionalmente.
Temple de acero
“Puedes tener la mejor preparación del mundo, aprobar todos los cursos existentes pero, si en el momento decisivo, los nervios o la duda cruzan por tu mente todo termina. En este trabajo no hay vuelta atrás. Cuando te colocan el traje especial sabes que no puedes fallar, ya que si lo haces no lo contarás más”.
Rodríguez recuerda con claridad aquella ocasión que le tocó, por primera vez, colocarse el traje. “Nos alertaron sobre un artefacto sospechoso en un parqueadero en Guayaquil. Cuando llegó el can adiestrado empezó a rastrear el lugar y detectó el explosivo, en eso momento la sangre se me congeló, sabía que era mi turno y que no debía fallar”.
Cuando recibes la orden de vestirte te pasan mil cosas por la cabeza: tu familia, tus amigos, tus seres queridos, personalmente pensaba en mi esposa y en mi hijo, al tiempo que me encomendaba a la Virgen del Cisne para que me otorgue la tranquilidad y serenidad necesaria para continuar.
Mientras mis compañeros me colocan el traje me apoyan, me dan palabras de aliento al tiempo que me alisto para bloquear mi cabeza y dejar los sentimientos por unos minutos. “Cuando me colocan el casco es como si se activara un bloqueador automático. Mi última imagen es el rostro de mi compañero y su señal de todo está bien. Desde ese momento mi único pensamiento es salir con vida y para ello debo ser preciso y no cometer un solo error”.
“Cada paso hasta llegar al paquete es eterno, uno intenta imaginarse con lo que se encontrará y, sobre todo, cómo actuará. Cuando observé que se trataba de dinamita, analicé todas las posibilidades para controlar la situación, afortunadamente puedo contar la historia”.
En aquella ocasión, ocho tacos de dinamita se colocaron en una caja, la mecha no se encendió correctamente y la bomba no explotó. Fue la primera experiencia de Rodríguez, quien a diario agradece que no fuera la última.
Familia y motivación
Como todo policía, Rodríguez ve en su familia su principal apoyo, por ello no da mayores detalles de su labor cuando está en casa. “Cuando mi esposa observa en los noticieros sobre amenazas de bomba, eleva plegarias. Mi madre desconoce mi labor. Ella sabe que soy policía, pero es mejor que crea que persigo a los ladrones”, comenta entre risas.
Rodríguez se confiesa devoto de la Virgen de Cisne, su cábala es la fe, pese a ello a cada instante introduce la mano en su bolsillo como si buscara algo. Su rostro es muy expresivo, cuando habla de su familia una sonrisa llena su rostro, especialmente cuando comparte las travesuras de su hijo de 2 años.
“Me casé con mi novia de toda la vida, fuimos enamorados desde el colegio en nuestra tierra Zamora. Cuando ingresé a la escuela para ser policía, ella me apoyó y cuando decidí sumarme al GIR me visitó de sorpresa. Tras terminar el curso, no dudé un segundo en pedirle matrimonio, aunque en ese momento estaba más nervioso que aquel día del explosivo en Guayaquil”, señala entre risas.
En su escritorio no existen fotos de su familia o de momentos con amigos. Sobre la mesa están los reportes, los partes de las capacitaciones que ha brindado, y muy cerca hay una variedad de bombas de demostración. “Las tengo a la vista porque son mi trabajo, los detalles de mi familia están en mi corazón y en mi cabeza, soy un poco egoísta en ese sentido”.
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Cortar el cable rojo es una utopía
Rodríguez ha visto decenas de películas relacionadas con explosivos y asegura que “cortar el cable rojo” no desactivará la bomba. “Un artefacto explosivo puede estar diseñado de diferentes maneras, algunos no tienen ni cables, por ello la única certeza que se tiene es la capacidad del técnico, su experiencia y su decisión en ese momento crucial”.
Como si fuera una lección, el policía detalla los diferentes tipos de explosivos y las maneras en que se pueden accionar. Repentinamente retira la mano de su bolsillo y deja ver entre sus dedos una moneda, este era el artículo que captaba su atención y del cual asegura no se despega.
“En verdad tengo dos monedas. A quienes aprobamos el curso de expertos en explosivos nos entregan una moneda como especie de amuleto al cual no aferramos. La que obtuve en el país la llevo en mi billetera y la que me entregaron tras aprobar un curso en Francia, la porto en el pantalón, creo que me ha dado suerte. Al menos hasta ahora”.
Rodríguez, al igual que sus compañeros, recibe capacitación permanente en el país y en el extranjero. Además, es sometido a evaluaciones físicas y sicológicas debido a la carga emocional y la presión que representa su labor, esto se refleja en la firmeza y serenidad con la que detalla su trabajo.
Muchos creen que no le tememos a la muerte y es todo lo contrario, nosotros amamos la vida, por ello hacemos nuestro mejor esfuerzo para seguir en este mundo con nuestros seres queridos. Mi mayor temor es no poder salvar la vida de una persona, ya que para ello nos preparamos día a día, para no cometer ese primer y último error… /Redacción Azuay.
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