Pequeñas muestras de gratitud le motivan a trabajar en grande
Joya de los Sachas.- Si no hubiese sido policía, sin duda, ejercería la Jurisprudencia. Eso o cualquier otra profesión ligada a la Justicia, el orden y el servicio a los demás. Carlos Albán es comandante del distrito Joya de los Sachas, provincia de Orellana. Sus ideas y planes por la seguridad lograron la reducción de índices delincuenciales en barrios como Solanda, sur de Quito y ahora en Orellana.
Siempre mira al frente, orgulloso de vestir su uniforme policial. También de ayudar a la ciudadanía que, a más de respaldar su trabajo, le tiene aprecio. En cada calle, local, se evidencia la cordialidad de la gente y el cariño que le tienen a Carlos. Desde un saludo, una sonrisa, e incluso palabras como “Mayor, que no lo cambien de los Sachas”.
Él solo se ríe, agradece por las palabras y expresa un “no se preocupe, todo es parte de un cambio”. Luego se retira, a continuar caminando y patrullando por las calles angostas y adoquinadas de los Sachas. A Carlos, ejercer su labor en cualquier condición no le molesta. Sin importar su cargo, él puede ir tranquilamente a pie como en automóvil.
Tiene 37 años de edad. De ellos, 19 años los ha dedicado a la Institución policial. Ha vestido no solo el verde olivo tradicional, sino también el negro militarizado, propio del Grupo de Intervención y Rescate (GIR), Unidad élite de la que formó parte, recién graduado de la Escuela Superior de Policía.
Escuadrón Antiexplosivos
Durante 10 años formó parte activa del escuadrón Antiexplosivos de la Unidad. Apenas teniente, fue comandante de ella. Luego, previo a su ingreso para ascender a capitán, fue designado como instructor de la Escuela Superior de Policía. Cargo que aceptó con gusto porque de esa manera podía, desde la formación inicial, inculcar su pensamiento de un policía humano, comunitario, apegado a la gente, a sus estudiantes.
La justicia es su lema de vida. También el ser visionario y proponerse metas de vida. Cuando era joven y averiguó todo sobre la Institución policial, se planteó ser oficial, pero no solo oficial, sino ser uno de excelencia, calidad, humano y comunitario que tenga aceptación entre la ciudadanía.
Llegó a ser capitán y comandante del distrito Solanda, sur de Quito. Reto que le significó comentarios como “te vas a una zona conflictiva”, “existe mucha delincuencia”, etc. Él cree y ejecuta el cambio de pensamiento. Desde el primer día dejó el escritorio y salió a las calles del sector a tocar puertas de dirigentes y de la ciudadanía para emprender el trabajo en conjunto entre la comunidad y la Policía. El resultado, hoy Solanda tiene una tasa mínima de delitos.
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Experiencia que lo marcó
Durante ese tiempo, una de las experiencias que lo marcó fue la rehabilitación de dos niños. Carlos recuerda que eran dos menores de edad sumidos en el abandono, maltratados y cuya madre tenía un leve retraso mental y ejercía, a veces, la prostitución.
Decidió intervenir como autoridad y enviar a los niños a un albergue, para que sean cuidados en óptimas condiciones. A las dos semanas, la casa donde vivían se incendió. Aún se pregunta qué habría pasado si no los rescataba, quizás, comenta, hubiera recogido los cuerpos calcinados de los niños.
En la actualidad, los niños lo abrazan cuando lo ven. Su madre no deja de agradecerle lo que hizo. Son esos pequeños, pero significativos reconocimientos, los que hacen que continúe su labor sin dar un paso atrás.
Desde joven tuvo el apoyo de sus padres, quienes no dudaron ni un segundo de sus decisiones. Siempre diciéndole que tenga cuidado cuando formó parte del GIR, cuando se hizo policía comunitario, y en otros cargos. Es algo propio de los padres.
Ahora, su esposa y sus hijos se preocupan por él también. Para este amante del ejercicio, de la lectura de los best seller y leyes, es la primera vez que su trabajo lo lleva fuera de su familia. 11 días pasa en la Joya de los Sachas hasta salir franco y “correr” hasta Quito y pasar con ellos. El tiempo de calidad es el mejor regalo para su familia, que apoya su labor y confía plenamente en él.
El mayor de sus hijos, aún niño, muestra su orgullo por su trabajo. Entre risas cuenta que le pide souvenirs de los grupos de la Policía. También disfruta de vestirse como uno de ellos y ser parte de las actividades que su padre realiza en la Institución.
Su familia es un pilar fundamental en su trabajo. Profesión que no está exenta de riegos y constantes amenazas. Él está “curado” de todo eso. Al principio, en Solanda, recibió llamadas y amenazas en su contra por el cambio que estaba realizando. Simplemente continuó con su trabajo, se ganó el cariño de la gente e incluso entabló diálogos y trabajó con jefes de pandillas de la zona, que cambiaron su actuar y pensar.
Durante el almuerzo, en una simple conversa, las anécdotas y vivencias de una profesión policial fluyen como agua. Una hora de almuerzo queda literalmente corta, si se trata de hablar de operativos. Aún recuerda cada una de las intervenciones que realizó como comando GIR; la aprehensión de bandas como la de la Mama Lucha, operativos antinarcóticos… Son esas experiencias que han forjado su personalidad abierta, extrovertida y su tenacidad para combatir la delincuencia sin importar lo “muy peligroso” que sea. Redacción A. V. /Quito.
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