El Cotopaxi y la Policía Nacional son testigos de un idilio de amor eterno

Mulaló.- El Cotopaxi y el Chimborazo mantuvieron por siglos una batalla por el amor de la bella Tungurahua. El Chimborazo venció y se casó con Tungurahua. De ese matrimonio nació el Guagua Pichincha.
Cuando el Guagua Pichincha llora, la Mama Tungurahua se estremece. Esta es una de las leyendas de amor de las montañas ecuatorianas, contada por los ‘antiguos’, personas adultas mayores que viven en las zonas al pie del volcán.
Pero hay otra historia de amor que se desarrolla día tras día en el barrio Colcas, parroquia de Mulaló y que está ubicada en plena zona de riesgo, al pie del Cotopaxi. Se trata del matrimonio de más de cinco décadas de José Luciano Lugsa, de 90 años y de Aurora Cayancela, de 78.
Su idilio de amor se cumple todos los días al pie del “Taitita”, como lo llaman ellos y por esta razón se oponen a abandonar el lugar, además, porque no quieren abandonar a sus animales, patos, vacas, perros, gallinas y chanchos.
La mayor parte del tiempo pasan solos, excepto cuando su nuera Blanca Toapanta, que se ha compadecido de la pareja, los cuida. A parte de ellos, agentes de la Policía Comunitaria también los asiste y en cada patrullaje preguntan por ellos.
Desde que la Secretaría de Gestión de Riesgos decretó la alerta amarilla, el 14 de agosto pasado, la mayoría de vecinos evacuaron la zona, menos los esposos octogenarios. Si alguien comenta sobre el tema, ellos se enojan y no quieren hablar, comenta Toapanta.
Ambos están lúcidos y no tienen problemas de salud a no ser por problemas auditivos, producto de la avanzada edad. Con humor, la nuera cuenta que si a uno le duele la pierna al otro también, que si el uno se resfría, el otro también, “tienen una relación muy cercana y se cuidan entre ellos”, comenta la familiar.
La abuelita Aurora cuenta que hace no mucho se enteró de que vivía al pie del volcán. “Desde niña me hacían rezar todas las noches y ahora cuando me quieren sacar de la casa me entero que he vivido al pie del Cotopaxi”.
Su mirada es coqueta y siempre quiere estar al lado del abuelito José. Se conocieron en Cusubamba y cuando se le pregunta si fue amor a primera vista, sonríe y dice que sí. Ella tenía 20 años y su pretendiente tenía 32. A pesar de que su memoria es frágil, ella dice que José la conquistó llevándola a pasear y regalándole borreguitos. Tienen tres hijos.
Según los policías que la cuidan, la abuelita Aurora dice que quiere morir a lado de su gran amor y de sus animales, nada más. Que sus familiares han tratado de convencerla y hasta la han llevado a Latacunga, pero ella siempre regresa. Es que uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida y jamás dejaría solo a su compañero de mil batallas.
Los policías le dicen a la abuelita que salga de la zona, que perderán la vida si el volcán explotara y ella, con tono sarcástico les contesta, “Yo solita no me he de morir, ustedes también”, lo que provoca carcajadas en todos los visitantes.
A su lado está el abuelito José que la escucha con atención. No la interrumpe. La mira con ternura y tampoco se despega de ella. Es de pocas palabras. Su mirada profunda y sonrisa sincera es la marca de presentación del hombre de 90 años. Su principal enemiga es la gravedad, que poco a poco le gana la batalla y después de tantos años lo hace caminar encorvado.
Su nuera dice que ya no duerme mucho y mantiene la costumbre de levantarse a las 05h00. Reza y toma desayuno, para luego preparar la comida de las vacas. La perfección para hacer los juegos de hierba (montoncitos), es lo que más llama la atención de los uniformados que desde el patrullero lo observan. “Su debilidad son las vacas y los helados de Salcedo”, afirma el cabo Fabián Cofre.
A pesar de los años, también es detallista y ayuda a su esposa a preparar el baño diario. Su costumbre es bañarse con dos baldes de agua caliente y hierbas medicinales escogidas por él. Quizá ese sea al secreto de la buena salud, dice Cofre.
Al abuelito José no le preocupa la explosión del volcán, “¡qué puedo hacer!”, dice, aunque si llegara el día prefiere estar dormido y a lado de su esposa, nada más… Cuando le preguntan si ama a su mujer, responde con un firme “sí, claro”.
Todos los policías comunitarios tienen la consigna de patrullar el barrio Colcas y de preguntar siempre por la pareja. Ellos siguen juntos y el Cotopaxi… soltero, quizá esa sea la razón de su actividad, “los celos y la soledad no son buenos compañeros”, dicen los colqueños, “hay que buscarle novia”, comentan otros. Redacción O. R. /Quito.
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