Ni el capitán ni su ‘body’ Máximo le temen a las lanzas ni a las piedras

Quito.- Crecieron juntos como policías. Tienen una relación de padre hacia hijo, de maestro a pupilo, de body a body. No le tienen miedo ni a los gases lacrimógenos, ni a las piedras y ahora menos a las filudas lanzas. Se trata de una pareja de inspectores inseparable y efectiva.
Ellos son el capitán Diego Zurita y su caballo Máximo, miembros de la Unidad de Equitación y Remonta de la Policía Nacional (UER). Sus hojas de vida son impecables, Zurita es hijo de un policía y desde pequeño amó el trabajo de su padre, pero lo que más le gustó es el poder servir a la gente.
El oficial es la primera antigüedad del Curso de Policía Montada, que lo llevó a tener una beca para el curso de Maestro de Equitación del Ejército, en la que también obtuvo la primera antigüedad, que lo llevó también a obtener una beca en el Ejército de Chile donde estuvo un año.
Máximo, en cambio, es un criollo hijo de un ejemplar argentino y una yegua ecuatoriana, ambos policías. También sacó las mejores notas en temas de actitud y aptitud. “Es muy inteligente, aprende con facilidad, pero por su juventud aprende jugando. Además, es parte del grupo de equinoterapia que realiza labor social con niños con capacidades especiales”, dice Zurita.
Se podría decir que fue amor a primera montada, cuando Zurita era teniente y Máximo un potro bastante malcriado. Desde ese instante inició una relación que se ha mantenido por casi tres años. Se reconocen a distancia, desde el beligerante tono de voz hasta el desesperado relincho. Si al capitán le gusta el chocolate a su compita le gusta la panela. Si al oficial le gusta el día, a Máximo le gusta la noche, pero dentro de todos sus gustos comparten uno único: el de servir y proteger.
Pasan más tiempo juntos que con sus propios familiares entrenando no solo por la seguridad ciudadana, sino también para ganar concursos de equitación. Y vaya que lo han hecho a cabalidad. Pero esa fama se olvida cuando se ponen sus armaduras (equipo antimotín) y como caballeros modernos salen a la calle a poner orden.
No saben si volverán completos, lo único que saben es que si le llegase a pasar algo grave a alguno de ellos, el otro no lo soportaría. “Somos un equipo y los compañeros no se abandonan”, comenta el capitán.
«Eso ha pasado con otros compañeros cuando en una ‘manifestación pacífica’ una yegua recibió un piedrazo en un ojo», cuenta. Tuvieron que extraérselo y la acémila ya no volvió a ser la misma y la jubilaron. El agente tuvo que dejar a su fiel amiga y después recibió el pase y la historia de amor terminó.
Lejos del peligro y de los gritos y las provocaciones como “hay que estudiar, hay que estudiar, si no quieres ser policía Nacional…”, lo que hace fuertes a los caballos policías es que trabajan en manada y que cuando hay desorden y gritos, están sus guías para apoyarlos. «Cuando los manifestantes han alejado a dos o a un caballo de la manada, ahí empieza la desesperación, pero como jinetes debemos controlarlos y tranquilizarlos, ahí está el éxito de la misión”, señala Zurita.
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En la última manifestación del 3 de diciembre, el capitán y Máximo estuvieron presentes, ellos recibieron algunos golpes, pero no los lastimaron por el traje que llevaban, pero otros cuatro caballos sí resultaron heridos y todavía están recuperándose en la UER.
En esa manifestación reconocieron que les lanzaron los llamados miguelitos (clavos doblados entre sí con puntas) y bolichas de vidrio para que se resbalen los caballos y así hacerlos caer, pero lo que no sabían los manifestantes es que ellos también entrenan con los mismos objetos y están preparados para todas esas eventualidades.
Al final de la jornada, a la media noche, Máximo está inquieto y Zurita conoce la razón. De entre sus bolsillos saca la golosina preferida de su amigo, cuadritos de panela y se los da, con una porción extra de zanahorias, como felicitación por no asustarse en la marcha…
¿Sabe cómo entrenan los caballos de la UER contra las lanzas…? Se lo contamos en una segunda parte. Redacción O. R. /Quito.
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