Cuando ni el cielo es el límite para los sueños, se puede volar tan alto como el cóndor

Quito. Desde que ingresó a la Escuela Superior de Policía, Elizabeth jamás se imaginó ser piloto de helicóptero y enrolar las filas del Aeropolicial. Ahora es la segunda mujer que forma parte de esta unidad que vigila, protege y ayuda a la ciudadanía desde el cielo.
Decidió no contarnos su edad, a pesar de preguntarle ‘off de record’. Puedo calcular que no llega a los 30. Es delgada, blanca, de cabello lacio color café y unos ojos negros azabache, que denotan alegría así no ría a carcajadas.
Elizabeth Galarza aprovecha su juventud cada momento. Su figura esbelta resalta con el overol verde olivo del Aeropolicial, unidad a la que pertenece desde el 2010. Ese año se presentó la oportunidad de postularse a los procesos de selección y ser, de 30 aspirantes, la única mujer que aprobó el curso en ese año. Con ella, el Aeropolicial cuenta con dos mujeres pilotos.
Pánico escénico
Confiesa tener pánico escénico, aun así ríe sin nervios mientras se sienta en la silla de piloto de un helicóptero M2, de origen francés. De él conoce absolutamente todo, desde el tipo de motor, hélices, controles, si las puertas son deslizables o removibles, hasta el tiempo de duración de la carga de combustible, el rotor del motor principal que sustenta la aeronave… todo.
Un aprendizaje que parece algo complicado pero que le resultó fácil de asimilar con dedicación y esfuerzo, más el apoyo de los instructores de la unidad que son expertos en el tema, comentó Elizabeth. Es casada hace apenas un mes. Su esposo es un pilar fundamental para su trabajo. Él la apoya plenamente pese a los horarios o viajes que debe realizar. “Él sabe que amo mi trabajo, me encanta lo que hago y soy feliz, así que él también lo es”, comenta.
Volar fue siempre su sueño
Para llegar al curul del pilotaje tuvo que primero ser piloto de ala fija (aviones) y luego, piloto de ala rotatoria (helicópteros), especialización con la que ahora cuenta. Ella admite que volar siempre fue su sueño, pero que jamás llegó a pensar que podría hacerlo y, mucho menos, que mediante esa labor pudiera ayudar a la comunidad.
Al terminar de escuchar estas palabras, es inevitable no pensar en Helen Keller y su interrogante de ¿por qué contentarnos con vivir a rastras cuando sentimos el anhelo de volar? Algo que, sin duda, Elizabeth hizo. Jamás se contentó con solo trabajar por tierra o en una oficina. Deseó volar alto y lo consiguió.
Vidas en sus manos
Sus manos, impecables y decoradas con un esmalte que cambia de color con los rayos de sol, cogen el casco verde en cuyo interior están unos auriculares que sirven para comunicarse con su copiloto y con el personal de base. Se coloca minuciosamente el casco, para evitar dañar el sencillo peinado que tiene, luego ajusta el asiento y se coloca el cinturón de seguridad.
Ella indica que antes de poder subirse a pilotear hacia alguna parte del país, debe revisar las características de la nave que le designen, sus partes, técnicas, hasta física y matemáticas, para hacer cálculos del combustible y su duración de acuerdo al tiempo de vuelo estimado. Sobre sus hombros recae la vida de las personas que la acompañen durante la misión, por eso debe tener todo fríamente calculado.
“Antes de ir a una misión, primero planificamos en tierra el tiempo de vuelo, los puntos de recarga para el combustible, la ruta y el mapa”, indica. A esto se le suma la ubicación que debe tener y el excelente manejo de una brújula y GPS para evitar perderse.
Le pregunto por la primera vez que voló. Arbitrariamente asumo que debe ser una experiencia inimaginable, algo difícil de describir. Elizabeth solo ríe, y expresa que es una vivencia maravillosa poder sentirse libre, surcar los aires como las aves.
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Rescate y ayuda de víctimas desaparecidas
Es quiteña pero vive ahora en Guayaquil. Como migrante de un clima cálido a uno frío, le pregunto cómo fue para ella este cambio. Afirma que está contenta y a gusto y recalca que cuando uno ama lo que hace y cumple a diario su sueño, la ciudad en la que viva es indiferente.
Dentro de su experiencia como piloto está el servicio que presta el Aeropolicial para la búsqueda y rescate de víctimas. No basta que lo diga en palabras, su rostro refleja la satisfacción que le produce poder servir a la comunidad y ayudar a las familias de los desaparecidos.
“Uno se llega a vincular con los familiares, su situación y la angustia. La búsqueda termina siendo personal”, afirma. Cuando el vuelo no trae consigo resultados, la frustración invade a Elizabeth; sin embargo, como mujer perseverante que demuestra ser, persiste en el objetivo sin sentir cansancio. Su amor al trabajo y a la comunidad no le permite detenerse hasta recuperar la sonrisa de las familias y que las lágrimas de angustia, sean de alegría.
Como si fuera un cóndor, Elizabeth alista sus “alas”, revisa los controles y el equipo. Busca la posición adecuada y emprende el vuelo. Un vuelo que representa el cumplimiento diario de sus sueños. Sueños que a diario aumentan como las nubes del cielo y que sin duda los conquistará. /Redacción Quito.
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