La solidaridad es el ingrediente primario en UPC de Jama

Jama.- El cabo segundo Franklin Jácome siempre recibe doble porción de comida. No es para menos, en su familia es un héroe. El día del terremoto en Manabí, estaba junto con su esposa, sus cuatro hijos y su suegra en su casa y los sacó del peligro a todos.
Esperaba la merienda, cuando de repente la casa empezó a moverse de lado a lado. Supo enseguida que no era normal ya que las paredes empezaron a quebrarse.
Todo fue un caos. Instintivamente sacó a sus hijos a buen recaudo, enseguida a su esposa y para terminar a su querida suegra. Como ella es la que cocinaba casi siempre, la mejor forma de agradecérselo es pagándole con comida.
Luego del susto vino la desgracia. La casita humilde pero que con tanto esfuerzo había construido quedó reducida a escombros. Sus compañeros de labor entendieron la emergencia y le dijeron que se mude hacia la Unidad de Policía Comunitaria (UPC), en Jama.
No había otra opción. La carpa de la UPC ahora es la sala, el comedor, la cocina, y el dormitorio de la familia Jácome Farías. En respuesta a esta ayuda, doña Mireya Ramírez se comprometió a preparar los alimentos de todos los policías que laboran en la UPC. Ellos realizan las compras y ella les cocina.
En un justo compromiso, doña Mire, como la llaman todos, preparaba un pescado con menestra mientras su hija Aracely Farías de Jácome cuidaba a sus cuatro nietas que jugaban en medio de los colchones, uno sobre otro, mientras el menor de los hermanos era cargado por el cabo Jácome.
La relación con su suegra siempre fue buena. “Ella cocina muy bien y es buena persona, dijo con orgullo Jácome, además mis compañeros también la respetan no solo porque es mayor sino porque es buena consejera.
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Muchas veces los aspirantes y cadetes que custodian el cantón por las noches dicen que doña Mire es como una mamá para ellos, porque les prepara lo que les gusta y por su sazón única. Además, porque conversa con ellos y les aconseja que deben portarse bien y que deben cuidarse.
La mayoría de policías le tiene confianza a “la suegrita” y todos han juntado el hombro para poder ayudar a la familia del cabo Jácome con ropa, comida, víveres y sobre todo con pañales para el último del clan.
El uniformado contó que casi se corta el cuello mientras realizaba labores de rescate. Manejaba a toda velocidad una moto pero un cable de luz caído casi separa su cabeza del resto del cuerpo. “Estaba oscuro y no se podía observar dos dedos de frente, el terremoto acabó con la energía eléctrica y el agua potable, pero la misión era rescatar a gente debajo de los escombros”.
En la noche, como si fuera una gran reunión familiar, los aspirantes hacen cola para saludar a doña Mire y enseguida le entregan yuca, fideos, pollo, pescado, para que ella desde sus prodigiosas manos les prepare sus manjares, escasos en este tipo de catástrofes.
Solo les falta pedirle la bendición, quizá con el tiempo y un poco más de confianza le soliciten eso a la señora, quien con gusto acepta las conversaciones con extraños que en la práctica serían una especie de nietos consentidos.
Una vez más, la solidaridad, el amor propio y las ganas de levantarse, se ponen a prueba todos los días. Es que los ecuatorianos y menos los manabas nacieron para rendirse, porque saben que eso no está en su código genético hecho de verde asado y sal prieta. Redacción O. R. /Quito.