Una munición es su amuleto, la virgen del Quinche es su protección y su familia, su motivación

Quito. Las palabras de Luis Naranjo, de 47 años, son tan certeras como las balas de su fusil Remington 700. ¿Qué se siente al disparar? La respuesta es igual de fulminante, “no se siente nada, es un blanco”. Es la primera vez que deja el anonimato de su trabajo y habla frente a las cámaras. Se trata de un Sargento Primero y es el mejor francotirador del Grupo de Intervención y Rescate (GIR).
Cuando se pregunta por él en la unidad de Pusuquí, todos contestan que está en el polígono de tiro. Es una especie de celebridad entre los legendarios comandos. Todos lo conocen. Apenas llegas a la zona de práctica los sonidos estridentes de los disparos dan la bienvenida. Nadie descansa aquí. A un lado un grupo simula una incursión, en otro lugar se planifica un operativo y en otro, se prueban nuevas armas.
En este último grupo está Naranjo. El ambiente es como en el lejano Oriente: balas, viento y polvo. Esta vez pide que todos los presentes hagan silencio y que nadie se mueva detrás de él. Acostado y con una concentración de un neurocirujano, toma un fusil checo y calibra las miras. El silencio es sepulcral. comandos, funcionarios y curiosos observan cada uno de sus movimientos…
El sargento Naranjo es quiteño, de la leva del 68. Nació y creció jugando fútbol en La Vicentina. Antes de ser comando realizó a lo mucho cuatro tiros, nunca cinco. Quiso ser Policía por la vocación de ayuda al prójimo, pero donde en verdad le inculcaron el alma de servicio fue en el GIR. Allí ha pasado cerca de 21 años y 16 de ellos, como francotirador.
Ingresó al curso de francotiradores más por curiosidad que por vocación. Sin embargo, se ha convertido en su estilo de vida, con cursos en Francia, EE.UU. y Argentina, aunque su sueño es ir a Colombia, donde hay más acción. “Las pruebas sicológicas son más fuertes que las físicas, un francotirador debe ser el hombre más tranquilo, más sereno y más disciplinado del mundo”, dice Naranjo.
Esta teoría se complementa con los consejos que imparte Ricardo López, campeón mundial de tiro práctico y amigo de Naranjo. Para él, “los mejores francotiradores son los casados, esto, porque tienen tranquilidad emocional y, más aún, tienen por quién vivir; al contrario de los solteros que lo hacen con vehemencia”.
Al insistirle para conocer sus sentimientos cuando dispara, responde con seriedad y franqueza. “Cuando tienes que disparar, tu no piensas en la persona, piensas en no fallar y salvar la vida de tus compañeros. Ese blanco puede herir a tus compañeros si fallas, no hay segundas oportunidades”.
No hay remordimiento en las palabras del francotirador, pero tampoco arrogancia. El comando Naranjo habla con plena naturalidad de su oficio y señala que le gusta trabajar solo. Ejecuta su trabajo con precisión milimétrica, como corresponde a un tirador de élite.
Eso sí, antes de cualquier operación, incluso en las prácticas, nunca debe faltar su ritual de rezar y encomendarse a la virgen de El Quinche, a quien visita de vez en cuando, pero que siempre lo acompaña. Tampoco debe faltar su munición, que es como una especie de amuleto de la buena suerte. La lleva en forma de llavero y que representa al francotirador.
Gremio legendario e incomprendido
Naranjo es uno de los 11 francotiradores que tiene la Policía Nacional, un gremio tan legendario como incomprendido. Muchos retratan a los ‘snipers’, como también se los conoce, como tipos fríos, despiadados, algo excéntricos: en definitiva, lobos solitarios que matan desde la distancia y purgan en soledad la memoria de sus víctimas.
Así como el caso del famoso francotirador estadounidense Chris Kyle, cuya vida fue llevada al cine de la mano de Clint Eastwood. El film recorre parte de la vida del Navy Seal más letal en la historia de EE.UU, con más de 160 muertes en su hoja de vida, además de su trágica muerte en 2013.
En Ecuador, los francotiradores son distintos. Ninguno de ellos se vanagloria de sus blancos caídos. Nadie toca el tema, ni en conversaciones más íntimas. “Ese tema es delicado, pero lo vemos como un servicio a la sociedad y la lucha por la seguridad de los ecuatorianos, nada más. Tengo dos blancos caídos”, confiesa Naranjo.
Orgulloso de ser un ‘sniper’
El comando se siente orgulloso de ser un ‘sniper’ por la elegancia del trabajo táctico. Más aún, por la cercanía que tiene con su arma a quien “baña y le habla” como si fuera su propia hija. Confiesa que en la soledad de su habitación en el GIR, conversa con ella y le dice que tienen un trabajo y que debe portarse bien, que no le falle.
Siempre está lista para las emergencias. “La calibro y mimo para que cuando suene la alarma, esté en perfectas condiciones y pueda hacer un buen trabajo”. Revela también que a los blancos los observa durante días, en diferentes ambientes y llega a desarrollar una extraña empatía por sus objetivos.
Luego llega la orden de apretar el gatillo y adiós. “Tenemos que saber cuántos botones tiene su camisa, qué reloj carga y hasta cuáles son sus cicatrices. Todos los detalles posibles para que después del primer tiro los otros comandos avancen y el operativo sea un éxito”, afirma el tirador.
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Dos blancos caídos en rescates
Dichas esas palabras, no puede faltar la frase célebre de todo francotirador de la Policía: “Nosotros somos los ojos y los oídos del jefe del operativo”. Las dos veces que tuvo que eliminar blancos fueron en la selva, para rescatar a personas secuestradas. Un caso fue un hombre y en otro una mujer.
Allí perfeccionó sus tiros de 300 y 80 metros de distancia, lejos de su marca personal de 800 metros. Es decir, “desde la torre del GIR hasta una casa en la parte alta de Carcelén”, dice con soltura. Esos operativos también le dejaron la experiencia en el terreno, de saber dónde se pisa.
”Una vez, la casa donde estaba el secuestrado estaba rodeada de hojas secas, posicionadas por los secuestradores para escuchar en la noche las pisadas de intrusos (policías). Desde un punto lejano hice mi trabajo y al final fue desmantelada la banda sin ninguna baja”, cuenta.
Su familia es su debilidad
Como si fuera la toma más importante de un film, Naranjo, la estrella del mismo, toma la decisión de revelar su rostro. Se saca su pasamontañas y enseguida su mirada se dirige a su amiga y compañera fiel, su Remington 700. La toma en un acto de entrega total. Ser francotirador le ha dado la oportunidad de estar en lugares donde otros no han estado.
Naranjo es el primer invitado cuando vienen al país dignatarios, políticos importantes, y, aunque nadie lo ve, siempre está ahí mirando a todos, tomando detalles y observando movimientos sospechosos, en cualquier edificio, árbol o escondite secreto. No revela más detalles.
La visita al polígono termina y la impresión que da Naranjo es de un tipo duro a sus 47 años. Su debilidad es la familia. Su esposa que ha sido su pilar fundamental y la que siempre lo espera en casa junto con sus tres hijos, después de la misiones. Su último retoño es una niña de 6 años, que juega con el francotirador pintándole la cara. /Redacción Quito.
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